¡¡UNA DE MIS PARTES!!
Todos nacemos puros
e inocentes.
El mundo empieza a
borronear lo que traemos.
Pero aquellos que
nacemos con la sangre alegre
dejamos una huella
indeleble.
Esto no va a
ser un poema, sino unas de mis partes
que podría ser
parecida a la de otra, hombre o mujer,
una parte mía, muy
mía que les voy a contar.
Podría llamarla, yo
tuve una segunda infancia,
o las marcas del
ayer.
Pero aún no
lo decido.
En mi segunda
infancia aprendí a aferrarme al dolor
y desparramé en
palabras rotas, las llagas negras
en la pared de mis
recuerdos, eso es lo que hice edité
la amargura y le di
paso a esa sangre alborotada
como la incipiente
primavera.
Siempre he
aparecido en mis letras como la niña
con la mirada
triste, que se escondía detrás de la puerta.
Pero no mostraba mi
otra parte, ese musgo del árbol
en quién me iba
convirtiendo.
Literalmente era
algo muy familiar para el árbol porque
siempre estaba
trepada subiendo como una hormiga
de sus ramas.
Me costó un poco
abandonar las escenas que me marcaron.
Y no fui yo quien
borró esa nube dolorosa de esa caja que cerré para siempre.
Fueron los juegos
infantiles cuando empecé a trepar la vida a mis seis años.
Incipiente me abrí
camino en el vuelo de la hamaca, precoz en los juego de los varones.
¿ Qué podía hacer
una niña con dos hermanos?
Mi papá se iba
temprano, mi abuela se cansaba de nosotros, tres chiflados de 6, 8 y de 10
añitos.
Salíamos a la
calle, yo a medio arreglar y mis dos hermanos descuidados un poco, eso no nos
importaba,
estábamos esperando
a lo que hoy se podría llamar pandilla, pero muy diferente, ¡¡salvando las
distancias!!
Los zapateros, eran
unos niños rubios de ojos azules y desplanchados, eran hijos de un señor muy delgado
era polaco, de
profesión zapatero, así es que eran unos cinco zapateritos, nunca juntos,
venían de a dos,
nosotros los de la
casa de las palmeras, con escaleras al frente, marchábamos hacia la
esquina.
¿Había un
líder? no lo recuerdo; éramos un manojo de sueños empujados por el viento de la
inocencia,
Anita una de los
zapateros y yo, el resto varones. No recuerdo quien decidía nada, Ana y yo
siempre estábamos en el suelo.
En ese grupo
había sub-grupos.
Alguna mano perdida
encontraba un simple palo y ya era la flecha de Cupido, bueno no tanto, una
simple flecha
y las cosas se
daban de manera natural, empezaba una correteada, los más chicos atrás.
Siempre en nuestra
vereda la de los tessios, es mi apellido con minúscula, nadie nos daba permiso,
nosotros tres sin mi abuela y sin mi padre para nada nos sentíamos
abandonados, vendrían seguro a las tres horas.
Rodeábamos mi
casa hacia el fondo, un gran patio que lindaba con mi vecino,
a quien lo encontré de grande ( esa es otra historia), pequeñas montañas de
aserrín frente a un puñado de niños con flechas en sus manos, adivinen el juego
: eran gigantes indios,
seguramente
esas ideas salían de esas revistitas de la época, no creo que hayan sido el de
los libros o sí ¿por qué nó?.
Nosotras las niñas
en las hamacas, los niños maquinando en sus cabecitas, preguntaron con la
manito haciendo de altavoz, ¿quieren venir a jugar?................ nos
apresaban, mis hermanos con mucho cuidado, y los zapateros a mi amiga Anita.
Éramos las
prisioneras. Ese juego de correr y pelearse con los palos, nunca vimos
sangre pero Ana y yo nos desatábamos duraba un montón, terminaba cuando un
papá venia a gritarnos para ir a comer.
Eso cuando había
sol y no estaba mi abuela, mi padre siempre en el monte.
Contaré un poquito
de lo que ocurría en los días de lluvias.
Todos en las
escaleras del consulado, o congreso donde los más grandes hablaban, yo, ni la
menor idea, Ana se probaba mi ropa.
El más audaz dejaba
que la lluvia lo mojara, y muy progresivamente los demás se iban sumando al
borde de la vereda, nosotras
queríamos y no y
así estábamos, que si que no, luego nos íbamos acercando, nosotras al
patios hacíamos tortitas con el barro, hacíamos bolitas, en fin,
hasta ñoquis, debajo de las chorrientas hojas, los varones se juntaban y se
pintaban la cara con el barro.
Después, no
recuerdo mucho, estos son mis recuerdos pero me los contaban mis
hermanos, los juegos eran presenciales.
Si recuerdo
aprender a andar en bici, la de mi padre, de hombre, primero (yo ya no me
juntaba), mis manos en los manubrios y con un pie en el pedal y el otro para
empujar. Me caí unas millonadas de veces, las marcas de ese entrenamiento no se
borrarán jamás.
Después, las dos
manos ya les dije, una pierna con el pie incluido buscando el pedal derecho y
así me caí otras millonadas de veces.
Dos hermanos en el
cole y yo sola con mi abuela, Ana no sé, seguro en otra escuela, aprendí lo
imposible.
Y me llegó el
momento y tuve mi bici, con canastito, un timbre, un porta equipaje, pero no me
gustaba andar por ahí con mis preciadas muñecas, porque yo no andaba sola,
teníamos dos perros, Yiyo y Rita con mayúscula.
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