LA JOVEN QUE SE ENAMORA.
Autobiográfico
El
tiempo no determina la edad para enamorarte y comenzaste a despertar tu corazón
y tu vida en el amor, en lejanía.
Tímida, ocultabas a la
mirada.
Huidiza eras el sol
escondiendo tu luz en soledad.
No podías mirarte en los ojos de otros ojos, porque eras tímida,
pero tu corazón ardía.
Así llegaron y se fueron,
sin descubrir el beso soñado la perla escondida, porque las marcas de tu vida
solitaria, te indicaron el curso que seguirías.
Largamente hoy sé porque te
convertiste en esbelta joven, temblorosa y ardiente, sutil latiente y sin
embargo sinuosa aletargada como la
niebla.
Despertaste pasiones en
aquél que descubrió tu ángel.
Largos fueron los años que
pasaste sin el beso soñado, sin la caricia y tu cuerpo se insinuaba en
delineadas y pequeñas curvas mientras tu corazón latía.
Apenas te enterabas de tus hormonas y los
desafíos de la vida.
Creciste entre la ingenuidad de tus raíces y
las metáforas de tu cuerpo.
Pero el beso llegó callado,
tierno, mientras tu alma se debatía en una realidad saludable y genuina y ese
ángel dormido de ternura.
La pasión llegó después,
tras luchar con famosos paradigmas y hubo lucha interna entre lo deseado y lo
temido; el querer y no querer; los temores salieron como fieles custodios de tu
realeza y en tu reino más prohibido; escondido como flama como flama eterna, un
latido, un grito, escenario de lo vivo, confundió tu gloria.
Y la gloria fue tu ofrenda
más preciada, porque el amor vino con clarines, con gemidos; con lágrimas,
contracciones de pudor y elocuencia de ingenuidad pero impregnada de sabiduría.
Tu ser entero vio la muerte
y la vida en un instante.
Y la gloria fue el estar
enamorada y sentirte amada.
Florecías joven, con cierta culpa pero dichosa
en los campos de la inocencia.
Crecías como una magnolia
desprendiendo su aroma, y estaba bien porque tu experiencia fue buena, y te
sirvió para amar cada parte de tu cuerpo y de tu propio ser.
Eras
la joven que se enamoró del amor e idealizó la realidad y esa realidad se
deslizó entre tus dedos como pétalos.
Eras la joven que guardaba
sus tesoros más preciados en el cofre de la dulzura.
Convertías tus dones en sabias reliquias.
No fue fácil decirle a tu
adentro que la vida te lo debía y comenzaste a transitar el camino de las
decisiones, aquellas que transformarían el curso de tu inesperado mundo.
No fue fácil porque aún
ignorabas lo real, eras una ilusión tejida, eras un sin fin de perlas que se
ocultaban detrás de la roca mas hundida, o tan lejana de las olas, allá en la
cima de la más altiva montaña.
Convertías
tus horas en telares de alegorías, convertías tus pesares y tus anhelos en
esperanzas y sueños, y claro que no fue fácil, que no fue fácil crecer y sobre
todo ver, entre comillas, que nada es lo que parece ser y que no somos quienes
creemos ser.
Pero
si entender que el crecimiento es un completo contemplar, lo que realmente
somos, lo que realmente deseamos ser y
lo que somos en realidad.