viernes, 13 de diciembre de 2019



Crónicas del olvido


Jamás podré olvidar nuestra primera cita,
aquel instante mágico y eterno.
Y es que las cosas que suceden por primera vez
pretenden ese rango inmutable de lo definitivo.
Porque el olvido es territorio ruin de una memoria fósil
es por lo que te traigo hoy a este poema.
¿Te acuerdas, vida mía?
Tú escapabas de aquel ascensor triste
con la expresión ingenua de la Maga en tu pupila
y la fragilidad de una muñeca de biscuit.
Y yo, que nunca fui de Oliveira por la vida, te presagiaba ya
sin más bagaje que un recato infantil en la mirada
y un volcán a estrenar en la maleta.
Le boulevard Raspail se te rindió, inclinado a tus pies
(y a los secretos de tu minifalda)
como una fortaleza de Verona sin patrias potestades ni prejuicios.
Aún retengo en la memoria viva
la trémula mordaza de tus labios aprendices
al quite de un te quiero interrumpido.
Lo recuerdo bien, éramos jóvenes apátridas
sobrevivientes de una pizarra negra y opresora
y la carne exigía su cuota inaugural de inédita impudicia.

Créeme lo que afirmo, princesa de mis sueños,
ahora que los tiempos han cambiado no vengo de mendigo
pero deja que te diga en esta madrugada
que ya no me sostiene ni la copa
que este relato cruel que aquí te cuento
fue una historia de amor
y las historias de amor nada tienen que ver con el olvido,
no se pueden morir
porque están hechas de la misma masa gloriosa que los mitos.




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